Ese cosmos que nos habita
El trabajo, el amor y el sufrimiento constituyen los tres "valores" que permiten al hombre la realización del significado de la existencia. Estos tres valores se encuentran en relación directa con parámetros de creatividad, de experiencia, y de actitud.
El hombre responde a las situaciones con su propio trabajo. Los valores creativos corresponden a su actividad, a esa forma peculiar de intervenir en el mundo para estructurarlo y dirigirlo hacia el bien. En consecuencia, el hombre debe vivir la realización de una obra o de un proyecto como una tarea vital en respuesta a la tarea general que le ofrece la vida. El oficio debe ser "amado" y no sólo visto como un medio para alcanzar un fin. Lo que interesa no es lo que se hace, sino cómo se hace, porque la profesión en sí no puede hacer al hombre indispensable e insustituible; la profesión sólo nos da la probabilidad de ser tal.
En el trabajo lo que cuenta es la dedicación, la intensidad con que nos aplicamos, y no el tipo de trabajo que se desempeña; la intensidad y el ardor expandirán, por sí solos, la proyección de nuestro trabajo. Si aportamos entusiasmo y dedicación, aunque el trabajo no satisfaga, entonces será efectivamente un valor.
Lamentablemente, el proceso de industrialización ha obligado a trabajar al hombre, no sólo, con máquinas, también, como máquina. Este trabajo no significativo, no aporta al hombre un valor. Compete al hombre ocupar su tiempo libre; pero no para escapar del vacío interior, sino para ocuparlo, para darle sentido. El que sabe cómo llenar el espacio que la progresiva industrialización le concede con actividades colaterales o con entretenimientos, podrá hacer significativa su existencia.
La historia del hombre, según Freud es la historia de la represión de la libertad instintiva del inconciente, el dominio casi absoluto de la razón sobre la fantasía y del principio de realidad sobre el principio del placer. La civilización racional y científica que hoy impera en el mundo se ha logrado gracias a milenios de represión implacable sobre el inconciente, a una sistemática y continuada lucha contra el principio de placer y la felicidad de la persona humana.
Al valor de la experiencia concierne todo lo que el hombre pueda tomar del mundo y de sí mismo; por lo tanto, se refiere a la experiencia artística, filosófica y literaria.
Los sueños o la fantasía son nuestro único escape de la realidad. Ellos constituyen otra realidad no menos real. Existe solo un velo entre la realidad y la fantasía. Se precisa la ilógica en lugar de la lógica, la ilusión en lugar de la percepción, la visión en lugar de la vista. Las fantasías del pasado son las realidades del presente. Las más conocidas teorías afirman que los primeros creadores se valieron de mitos y leyendas para contar las maravillas del universo que no podían comprender. Estamos llenos de semillas que germinan en el espíritu. Las imagenes exquisitas o agobiantes de nuestra imaginación –los arquetipos- según Carlos Jung; las voces y música de la mente, surgen de una inmensidad para la cual no tenemos nombre. Una de las mejores formas de encontrar significado a la vida la encontramos en la lectura de las grandes obras literarias, porque en ellas están fundidas la filosofía que se ocupa del ser; la historia y la ciencia, cuyo asunto es el suceder real, perecedero en la primera, permanente en la segunda; y la ficción que da cuenta de un acontecer imaginario, integrado por elementos de la realidad.
El ambiente y los problemas que acosan al hombre coartan las posibilidades de la interiorización viva, pero detenida en muchos.
El amor constituye la forma más alta de los valores de experiencia. El amor verdadero supera la corporeidad, aunque no la rechaza. El amor se detiene en el yo profundo de la persona amada, en su espiritualidad. Pero el sufrimiento manifiesta la grandeza del hombre, porque sólo en él se encuentra trágicamente inmerso, confrontando consigo mismo su capacidad de trabajo, de goce. Detrás de las razones de la razón, que languidece, percibimos las razones del corazón, las virtudes, los vicios y ese gran dolor que es la vida del hombre. El sufrimiento supera el significado de la creatividad y el significado del amor. Aún así, nuestra actitud se extiende más allá del dolor y asume frente a lo adverso una posición inexpugnable. Paleamos el dolor con el invencible de la creatividad y de la fantasía. Que mejor ejemplo que "El Nautilus (veinte mil leguas de viaje submarino)" de Julio Verne, escrita, aproximadamente, en 1873. Más allá de los innumerables recursos de la ciencia, Verne inventó un excelente medio novelesco para que esta apropiación del mundo resultara deslumbrante. Roland Barthes ha sugerido que el barco de Verne bien puede ser símbolo de partida; pero en lo profundo es el signo de la clausura, la alegría de un encierro perfecto, de tener a la mano un número posible de objetos; y desde su seno sin fisura dar cuenta de sí mismo y de su contrario: el vacío de las aguas exteriores. Ese cosmos que nos habita contiene a todos los dioses y demonios. Podemos utilizar sus poderes para obtener alegría y libertad en tiempos de crisis y desolación, o para difundir la devastación física y espiritual que vivimos.
Licenciada en Letras
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